A la orden de General salimos con las bayonetas puestas desde el campamento hacia la parte vieja de la ciudad. El asalto de Jaca, o al menos de la ciudad había comenzado. Formadas todas las tropas en columna, salvo la artillería que ya se encontraba emplazada cerca del campo de batalla.
Entre las aclamaciones de las gentes del pueblo, recorrimos las históricas calles de la parte vieja de ciudad. Cada ciertos metros oíamos el sonoro e inconfundible «clinck!» de uno de nuestros botones al golpear el suelo. Pero, estoicos, seguimos con la barbilla alta y con el paso marcado por los tambores, allá al frente de la columna. Nada nos detendría y nada lo hizo hasta que llegamos al paseo de la Constitución, en la que por fin nos desplegamos a las ordenes de los mandos. Nuestro regimiento lo haría a la derecha del avance. Formamos en dos solidas líneas y esperamos impacientes las ordenes que nuestro recién ascendido teniente dictaría al sargento. A lo lejos, pero que muy lejos, estaba formada la línea francesa. Aunque no por mucho tiempo.

Tras la orden de cargar los fusiles, comenzó nuestro avance impune y cruel. Los franceses no se quedaron quietos y también avanzaron. Aunque las primeras descargas fueron tímidas, en seguida nuestro adiestramiento y las voces de nuestro sargento comenzaron a mostrar frutos, sincronizando nuestros disparos como uno solo y creando una nube de pólvora que cubría la línea de nuestra compañía. Pero al disiparse esos tercos franceses aún seguían allí sin dar muestras de querer irse. No desistimos y continuamos presionando y empujándolos hacia su zona de despliegue. Atravesando completamente el Paseo de la Constitución, paso a paso, nos hicimos con la ciudad de Jaca.
Por fin las tropas francesas, en una astuta maniobra, se replegaron a las murallas de la ciudadela. ¿Seriamos capaces de realizar en el mismo día el asalto de Jaca? Allí afortunadamente, contábamos con el refuerzo de la artillería que con ensordecedores y certeros disparos fue aniquilando la presencia de ánimo en el enemigo.
Pero fue entonces cuando, al pie de las murallas y fosos de la ciudadela apareció la caballería francesa. Apoyados también por la artillería francesa que lanzaba salva tras salva sobre nosotros, realizó varias cargar presta a acabar con nuestros cañones y retrasar nuestro avance. Sumado a su infantería fueron

rebajando nuestro ímpetu. Y aunque no consiguieron que retrocediéramos si perdimos mucho tiempo y tuvimos numerosas bajas. Amen de acabar con toda nuestra reserva de cartuchos. Aun así, obligamos a todo el ejercito francés a replegarse en la ciudadela. Literalmente nos cerraron la puerta en las narices. La luz de sol se iba apagando y con la mayoría de la tropa sin munición enfrascada en un inútil pero divertido tiroteo, nuestro mando optó por atrasar el asalto final. Pudimos volver a nuestro campamento, a descansar. Al día siguiente sería un día duro.